Cuando cuentes un cuento no caigas en la trampa de destripar el significado emocional que nos transmite la historia.
Pero ten claro lo que estás mostrando con tus palabras, con tu voz y con tus gestos.
Este es un cuento de ACEPTACIÓN DE UNO MISMO, de ENVIDIAS, de COMPARACIONES que no nos dejan crecer y relacionarnos con libertad... y es un cuento de TENER CUIDADO CON LO QUE SUEÑAS, porque aquello con lo que sueñas puede hacerse REALIDAD.
Disfruta narrando cuentos, es una manera mágica de llegar al corazón de los más pequeños y de los más mayores.
Puedes encontrar en la red imágenes y vídeos sobre el cuento, pero date la oportunidad de contarlo sin ninguna referencia visual y deja que tu imaginación se desborde.
Había en el bosque
un pequeño abeto. Todos los demás árboles tenían hojas; él en vez de hojas,
tenía una especie de agujas. ¡Y estaba tan triste!
Todos mis compañeros tienen hojas
preciosas, unas magníficas hojas verdes; yo en cambio sólo tengo pinchos. Me
gustaría tener las hojas de oro para dar envidia a los demás árboles.
Al día siguiente cuando despertó, se
quedó admirado.
-¡Caramba! ¿Dónde están mis agujas?
Ya no las tengo. Estoy todo cubierto de hojas de oro. ¡Qué alegría!
Y sus vecinos decían: ¡El pequeño
abeto está cubierto de oro! Pero esto lo oyó un hombre que pasaba, un ladrón. Y
pensó:
-¡Un abeto de oro! Esta es la mía.
Cuando llegó la noche volvió con un
saco muy grande y robó todas las hojas del abeto, sin dejar ni una.
Al día siguiente el abeto, viéndose
tan desnudo, se puso a llorar.
-No quiero más oro –dijo bajito-
Cuando vienen los ladrones te lo roban todo y no te dejan nada. Me gustaría
tener las hojas de cristal; el cristal
también brilla mucho.
Cuando se despertó al día siguiente
tenía justamente las hojas que deseaba. Se puso muy contento, pues pensó: ahora
nadie me las robará. Y sus vecinos decían:
-¡El pequeño abeto es de cristal!
Pero cuando llegó la noche se desencadenó una tormenta y
sopló el viento con mucha fuerza. El
pobre abeto pedía clemencia, pero el viento lo sacudía de tal manera que no
dejó ni una hoja entera.
Al llegar el día y viendo aquel desastre el pobre abeto
se puso a llorar. ¡Qué desgraciado soy, otra vez estoy desnudo!. Las hojas de
oro me las roban, las de vidrio me las rompen. Me gustaría tener hojas verdes
bien bonitas, como todos mis compañeros.
Al día siguiente, cuando se despertó, ya tenía lo que
deseaba. ¡Qué alegría!. Ya puedo estar tranquilo y no tener miedo de nada. Sus
vecinos decían:
-¡Mirad, el abeto es como todos nosotros!
Pero al cabo de un rato apareció una cabra con sus
cabritos. Cuando vio el abeto tan pequeño y comprobó que todos llegaban a comer
dijo:
-¡Venido cabritos,
venid! ¡Comed hijos míos, comed! ¡Que no quede nada!.
Las cabritas venían saltando y brincando y se lo comieron todo en un momento
sin dejar ni una sola hoja.
Cuando llegó la tarde, el pobre abeto, desnudo y
temblando de frío se puso a llorar.
-¡Me lo han comido
todo! –decía llorando- Me han dejado también sin mis hojas verdes. Si al
menos pudiera tener otra vez mis agujas…
Al día siguiente, cuando despertó se quedó muy parado.
Volvía a estar vestido con sus agujas afiladas.
-¡Qué feliz es! ¡Qué contento está! Se ha curado de su
orgullo.
Y todos sus vecinos, al oírle reír, decían:
-El pequeño abeto vuelve a ser como antes.
Y MIRA QUE NO MIENTO,
TAL COMO ME LO CONTARON
YO TE LO CUENTO.
Un cuento de Sara Cone Bryant
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