PARA QUE ME LEAS
Una feliz bandada de pececitos vivía
en un rincón cualquiera del mar. Todos
eran rojos. Sólo uno de ellos era tan negro como la concha de un mejillón.
Nadaba más rápido que sus hermanos y hermanas. Se llamaba Nadarín.
Un mal día, un raudo atún, fiero y muy
hambriento, llegó como una lancha a través de las olas. De un golpe, se engulló
a todos los pececitos rojos. Únicamente Nadarín escapó.
Nadó alejándose en el mundo húmedo y
profundo. Estaba asustado, solo y muy triste.
Pero el mar estaba lleno de maravillosas
criaturas, y mientras nadaba de asombro en asombro, Nadarín volvió a ser feliz.
Vio una medusa de gelatina arco
iris... una langosta dando vueltas como un molino… extraños peces arrastrados
por un hilo invisible… un bosque con algas que crecía en rocas de azúcar cande…
una anguila con la cola tan larga que casi se olvidaba… y anémonas de mar, como
palmeras de carmín, meciéndose en el viento…
Entonces, oculto en la sombra de rocas
y de hierbas, vio una bandada de pececitos, justo iguales que él.
-¡Adelante, vamos a nadar, jugar y VER
cosas!, dijo alegremente.
-No podemos, dijo un pececito rojo.
–El gran pez nos comerá a todos.
- Pero, no hay que quedarse ahí
siempre, -dijo Nadarín. –Hemos de pensar algo.
Nadarín pensó, pensó y pensó…
Entonces, de repente, dijo: -¡Ya lo
tengo! Vamos a nadar todos muy juntos, como el mayor pez del mar.
Les enseñó a nadar todos muy
apretados, cada uno en su puesto.
Y cuando aprendieron a nadar como si
fueran un pez gigante dijo: -Yo seré el ojo.
Y así nadaron en el agua fresca de la
mañana y en el sol del mediodía, ahuyentando al gran pez.
LEO LIONNI
(Traducción que hace Ana María Matute en la Editorial Lumen)
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